Francisco Cano Pato

Fue uno de los poetas más significativos del grupo Azarbe, al que pertenecieron escritores re­presentativos de Murcia de los años cuarenta y cin­cuenta: Juan García Abellán, Jaime Campmany, Sal­vador Jiménez, Gonzalo Sobejano, y otros muchos, que formaron, sin duda, la promoción poética más interesante que se inicia en la primera posguerra en Murcia.

Estudió la carrera de Derecho en la Univer­sidad de Murcia y desempeñó el puesto de juez mu­nicipal en distintas localidades hasta llegar destinado a Murcia. Cano Pato se dio a conocer al obtener en 1942 el Premio Polo de Medina, que concedía en­tonces la extinta Diputación Provincial de Murcia, el galardón más codiciado por los poetas de aquellos años, con su libro El ámbito del lirio, que, al publi­carse, prologaría con un precioso soneto el gran poeta Gerardo Diego.

En vida sólo publicó dos obras: la citada, El ámbito del lirio (1943), compuesta de dos partes, tituladas “Voces enamoradas” (1942) y “Tránsito” (1941); y otro libro, al que le dio el título de Imagen y verso (1948), que apareció en la colec­ción de Azarbe.

En El ámbito del lirio se advierte una presencia de la intimidad amorosa del poeta, que en Imagen y verso se exterioriza y extiende a otros diversos motivos: los amigos, el paisaje, las sensaciones ante la naturaleza, todo impregnado de un emocionado entusiasmo.

Tras su muerte se reunieron en un solo volumen es­tos dos libros y el que dejó el poeta preparado para su publicación, La palabra encendida (1977) junto a una serie de poemas sueltos bajo las denominaciones de “sonetos” y de “varia” en un volumen de Poesías completas, que recibió el título general del último li­bro: La palabra encendida. En todo el conjunto, se advierte la calidad de un poeta buen dominador de las formas clásicas, los sonetos tanto endecasílabos como alejandrinos, los romances líricos, junto a una expresión muy personal y elegante. Prologaría este va­lioso conjunto el profesor Mariano Baquero Goyanes, quien destacó la originalidad de su mundo poético. Nuevamente, el amor y el paisaje, junto a inquietan­tes preocupaciones como el paso del tiempo y las mu­taciones de la naturaleza enriquecen esta poesía de madurez en la que se advierte un entusiasmo ante la vida y su sentido más trascendente.